La delincuencia juvenil,
la ciudad y los “negros”
Osvaldo Agustín Marcón
Muchas veces se ha dicho que
afortunadamente la Argentina
no necesita lidiar con las conductas racistas observables en otras sociedades.
Dicha afirmación integra el imaginario colectivo e inclusive tiene asidero en
ámbitos académicos y políticos. Sin embargo, cualquier ciudadano más o menos
atento advierte que en las últimas décadas se ha acentuado notoriamente el
rechazo de unos grupos sociales hacia otros. En la verba cotidiana, y aunque no
excluyentemente, esto aparece en la expresión “los negros”, con la cual unos
ciudadanos se refieren y, simultáneamente, diferencian de otros a quienes
desprecian.
Como sabemos, el racismo no necesariamente
está vinculado con la de por sí polémica identificación de razas humanas sino
que -más usualmente- se relaciona con variadas mecánicas discriminatorias. La
categoría “negros”, en este caso, no es utilizada para designar a los
integrantes de la raza negra, y ni siquiera a los emergentes de los distintos
mestizajes aun cuando la mayoría de los así designados podrían allí ser
incluidos. Más bien tal denominación refiere a los pobres (*) a quienes
inclusive, por lo común, se los presume malos. Es difícil que estos pobres,
catalogados como “negros”, puedan ser considerados buenos. Los pobres buenos
integran otros grupos, caracterizados por sus dóciles comportamientos, sin
desarrollar resistencias que lesionen directamente los patrones de orden y progreso
admirados por los “no-negros”. Y aun menos buenos son “los negros” cuando
logran niveles básicos de organización para la acción, ante lo cual suelen ser
descalificados de peor manera.
En esta cuestión, aparece una clave central
para el desarrollo social pues es indispensable el logro de satisfactorios
niveles de integración sociocultural que permitan proyectar formas de vida para
todos. Como en todo proceso de negociación, esto exige renunciamientos que
culminen en una síntesis superadora. En esto, subyacen profundos significados
que vienen siendo objeto de preocupación desde las Ciencias Sociales porque
indican importantes movimientos a nivel de estructura social.
Ahora bien: los actos delictivos cometidos
por ciudadanos menores de edad se dan en medio de este conflicto entre “negros”
y “no-negros” lo que, claro está, no significa que todos los pobres (o
“negros”) son delincuentes. No obstante, y en relación con esto último, es
evidente que entre “negros” y delincuencia, existen algunas correlaciones a
atender pues de otro modo no se explica por qué la privación de libertad recae
de manera casi sistemática sobre este sector poblacional. En relación con todo
esto subrayemos otro aspecto: no puede sostenerse estadísticamente el supuesto
según el cual los que delinquen son siempre los mismos (es decir: siempre los
mismos apellidos) pues si así fuera, en el caso de la ciudad de Santa Fe, el
escenario sería catastrófico. Por el contrario, existe un modelo de desarrollo
que lleva consigo la capacidad de renovar sistemáticamente este tipo de
conductas y, por ende, de construir día tras día nuevos artífices de las mismas
aun cuando existe obviamente- un grupo relativamente chico de reincidentes.
Vale insistir: no son siempre los mismos sino que la realidad social promociona
constantemente nuevas versiones de estas conductas.
Aquí es donde se advierten dimensiones muy
concretas de la aludida integración sociocultural como problemática
estructural. Ni única ni absoluta, pero sí constitutiva de aquellos hechos que
luego se piensan como delitos sin historia, mágicamente sucedidos o, peor aún,
suponiendo que se trata de unos “negros” que deciden libremente arriesgar su
libertad y su vida a cambio de un teléfono celular o una bicicleta que pueden
robar en las calles de la ciudad, sin más. Es por ello que la ciudad es uno de
los continentes en los que convendría promover dicha amalgama sociocultural,
acordando qué niveles de conflictividad se pueden tolerar y qué mecanismos
utilizar para resolverla, todo en un marco de diversidad organizada.
A título ilustrativo, recordemos que
aquella firme tendencia a controlar rápidamente el conflicto emocional mediante
el mote de “negros” viene repitiéndose por ejemplo- ante diversas experiencias
de ordenamiento territorial, terminología gubernamental que en sí misma llama
la atención por la significación que suele adquirir el término territorio, muy
proclive a ser utilizado como sinónimo de mero terreno. Si hemos planteado la
necesidad en términos de integración sociocultural, es aclarando que ella no
debe ser confundida con operaciones de simple deslocalización y localización
geográfica. Todo ordenamiento debería tener en cuenta la centralidad de la
integración sociocultural bajo riesgo de alimentar la agresividad subyacente en
la referida denominación de unos contra otros.
Aunque en distintas proporciones los
mencionados renunciamientos deberían ser asumidos por todos los barrios.
Históricamente, han sido importantes las inversiones que beneficiaron a unos en
detrimento de otros configurándose una injusta distribución de los distintos
capitales disponibles (sociales, culturales, económicos, etc). Ello se advierte
fácilmente, por ejemplo, si se observa el equipamiento comunitario con que
cuentan unos sectores en relación con otros. Todo esto provoca cierta
extranjeridad de muchos santafesinos en su propia ciudad toda vez que se ven a
sí mismos en comparación con otros que pueden desarrollar su cotidianeidad en
medio de exquisiteces naturales y arquitectónicas como por ejemplo- costaneras,
puentes, lagos, puerto, etc. El asunto forma parte de los complejos procesos
que concurren en el delito. De allí, que nunca estos problemas han sido
resueltos a través de distintas deformaciones tales como la policización,
psicologización, biologización o sociologización, entre otras. Una vez más
entonces: ante problemas complejos se requieren intervenciones complejas.
(*) No incluimos aquí la discusión
relacionada con el uso del término frente a otros posibles (p.ej.: exclusión,
desafiliación, etc).
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