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sábado, 13 de septiembre de 2014

Oliverio, el junta-poesías

Oliverio, el junta-poesías 

de  http://siustedmeperdona.blogspot.com.ar


El maestro Lichtemberg ha afirmado, ya en el siglo XVIII, que un prólogo es un “pararrayos”, y que por acción de su benevolencia se veían “protegidos” el autor y/o el libro.
Oliverio, en la década del 20, le va a explicar a “don Evar Méndez”, en los Veinte poemas (en el prólogo, justamente), que “Un libro —y sobre todo un libro de poemas— debe justificarse por sí mismo, sin prólogos que lo defiendan o lo expliquen.”
Oliverio, a pesar de su opinión sobre el prólogo, va a ceder ante “la necesidad de que lleve uno” la edición de su primer libro, y dejará como prólogo una carta enviada a “La Púa”, desde París.
Francisco “Paco” Urondo rescata a Oliverio de entre los poetas que surgieron después del martinfierrismo, en la década infame; década que “sería infame también en virtud de mucha de su producción poética”[1]. Oliverio, según Urondo, “Aparece como una suerte de padre fuerte, saludable, recriminando la debilidad de un hijo timorato…”. Hijo amanerado que no había aprendido la lección de sus predecesores.
Oliverio se va a convertir en el gestor de una generación, y va a “enseñar” que el poeta no necesita de grandilocuentes e hiperbólicas figuras para crear una obra en cuyo centro está la poesía en su concentración más ubérrima. Él podrá “recolectar” un lenguaje que otros esquivarían, para decir con fuerza, desde las más hondas entrañas, que “No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo…”; o bien nos hará una desprejuiciada “Invitación al vómito” y nos dirá:

Cúbrete el rostro
y llora...
pero no te contengas.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático…

Copio y saboreo a continuación algunas líneas de la poética carta a “La Púa”, de 1922, para dejarle al propio Oliverio que explique su oficio de “junta-poesías”:

¡Qué quieren ustedes!... A veces los nervios se destemplan… Se pierde el coraje de continuar sin hacer nada… ¡Cansancio de nunca estar cansado! Y se encuentran ritmos al bajar la escalera, poemas tirados en medio de la calle, poemas que uno recoge como quien junta puchos en la vereda.
Lo que sucede entonces es siniestro. El pasatiempo se transforma en oficio. Sentimos pudores de preñez. Nos ruborizamos si alguien nos mira la cabeza. Y lo que es más terrible aún, sin que nos demos cuenta, el oficio termina por interesarnos y es inútil que nos digamos: “Yo no quiero optar, porque optar es osificarse. Yo no quiero tener actitud, porque todas las actitudes son estúpidas… hasta aquella de no tener ninguna”…
Irremediablemente terminamos por escribir: Veinte poemas para ser leídos en el tranvía.
(…)
(…) ¿No tendremos una suficiente dosis de estupidez, como para ser admirados?... Hasta que uno contesta a la insinuación de algún amigo: “¿Para qué publicar? (…)”, pero como el amigo resulta ser apocalíptico e inexorable, nos replica: “Porque es necesario declararle como tú le has declarado la guerra a la levita, que en nuestro país lleva a todas partes; a la levita con que se escribe en España (…). Porque es imprescindible tener fe, como tú tienes fe, en nuestra fonética, desde que fuimos nosotros, los americanos, quienes hemos oxigenado el castellano, haciéndolo un idioma respirable (…).
(…) Yo no aspiro a que me babeen la tumba de lugares comunes, ya que lo único realmente interesante es el mecanismo de sentir y pensar. ¡Prueba de existencia!
Yo (…) no renuncio ni a mi derecho de renunciar, y tiro mis Veinte poemas, como una piedra, sonriendo ante la inutilidad de mi gesto.

[Veinte poemas para ser leídos en el tranvía. Calcomanías.
Losada. Barcelona, 1997]






NOTA:

[1]
Urondo, Francisco, Veinte años de poesía argentina (1940-1960), Bs. As., Galerna, 1968
(Oliverio a los 4 años,
ya perplejo ante la promiscuidad lírica de la vida,
que, de grande, será fundamento de su poética)

JOSECITO EL CARPINTERO

JOSECITO EL CARPINTERO



 Su carpintería estaba a unas ocho cuadras sobre nuestra misma calle. Papá me había mandado con una pequeña notita, me parece que a cobrar un flete de maderas. Me iba de mala gana y refunfuñando, ya que hubiera querido quedarme con mi hermano mayor, Audino, ayudándole a pintar las llantas del camión, que comenzaban a lucir rabiosamente amarillas; pero una vez en camino me divertía ir entretenido con el paseo, en aquella mañana radiante de sol.

Era la penúltima calle del pueblo, de tierra, con no más de una docena de casas a lo largo. Las cuadras estaban alambradas o con tejidos, casi todas sembradas como pequeñas chacras: media cuadra de algodón, un sitio de maíz, huertas con zapallos, mandiocas, arvejas, o pequeñas quintas de duraznos, pomelos, o naranjas. El paisaje se completaba con la brisa y un silencio salpicado de trinos dispersos y apagados. Escuchaba en un ir y venir la propaladora del centro, con frases traslapadas, con un parloteo de ecos inentendibles y lejanos.

El galpón parecía pequeño debajo aquella morera gigantesca y umbrosa, con su copa tan verde y tupida, rodeados además por plantas de pomelos y limoneros, en el sitio detrás de la casa. Empujé el portillo, y no vi de donde surgió un enorme perrazo que en un instante estuvo sobre mí, ladrando embravecido, con sus fauces abiertas, dispuesto a tragarme. Yo con mis ocho años no atiné a nada, paralizado por el terror… Pero, en el salto final quedó congelado en el aire, sujetado por la cadena, que corría a lo largo de una maroma que atravesaba el patio. Luego de forcejear, quejumbroso se volvió al trotecito, a tirarse entre los pomelos caídos debajo de las plantas.

Allí he visto la colosal silueta del carpintero recortada en la puerta, en su acudir presuroso, con sus herramientas en la mano. Adentro un banco de gruesas maderas, mazas, formones, y por todos lados: tablas, tirantes, tacos y sobre todo virutas y aserrín… El polvo en suspenso de tan denso, reflejaba los chorros de luz que entraban por la ventana, por la puerta y por algunos agujeros del techo de chapas…No sé que me dijo mientras volvía a su trabajo. Yo lo miraba cepillar un grueso tirante, ejercitando sus fuertes brazos sin mangas, con brillos de sudor. Detrás en el suelo, una cabriada a medio armar, esperaba seguramente el madero que Josecito estaba aprestando, con tanto fervor que yo lo miraba embelesado, mientras finos rulos surgían del alisado, e iban cubriendo el banco.

Hoy diría que se parecía a Antony Queen, por su aspecto de gigante rubio, pelo ralo, de gesto aquietado, y su modo afable, imponente y campechano. No hablaba mucho, ceñudo, parecía enfadado, pero sorprendía con una risa escueta, que mezquinaba. Esa mañana lo vi reírse, y mucho. Sin querer tropezó con el gato que se había agazapado entre los retazos del suelo. Debe haberle aplastado la cola al pobre. El maullido fue interminable y estremecedor, mientras saltaba como un resorte, del suelo al banco, al estante, y de allí a la ventanita trasera por donde salió como un relámpago, pero antes tumbó un tarro de pintura colorada, que se hizo una pasta en el suelo con el aserrín amontonado. Afuera se debe haber topado con el perrazo, por los ladridos y las disparadas. Josecito entró a reírse sin poder parar por un buen rato, pese a la pérdida de la pintura. Y yo con él; y creo que desde ese día, nos hicimos amigos…

Se advertía que no estaba muy en armonía con la sociedad, al menos con la más cercana; la gente que tenía preeminencia en los estamentos de aquel entonces, en nuestro pueblo, para él acusaba de fallas imperdonables. Que la cooperativa agrícola, que asociaba a más de mil familias de productores agropecuarias, según él estaba arbitrariamente dirigida y había quienes eran perjudicados, mientras que había otros con privilegios de amistad, o de familia, o de otros intereses. Lo mismo pensaba del párroco, que con un par de familias transcendían sobre la moral todo el pueblo y la colonia, y se inmiscuía en todas las decisiones. Esto era como estar en contra de todo, por la absoluta incidencia que tenía en la vida del común de la gente.

Tendría entonces unos cincuenta años, pero manifestaba la inconformidad y rebeldía de la más briosa juventud. Creo que volcaba esa adrenalina en el trabajo, que encaraba con dureza y responsabilidad.

Para los desbastes más gruesos, los cortes más grandes, contaba con el aserradero de la familia de su mujer. Los cuñados disponían de herramientas más pesadas e industriales, por lo que solía ir él allí a hacer esas labores, casi a diario. Pasaba por casa, temprano en las mañanas, a grandes pasos; cargando al hombro un par de tirantes, tablones o distintas maderas, ya que el otro taller estaba a otro tanto de casa, pero al otro lado del pueblo. Para cualquiera hubiera sido una carga más que pesada, pero para su tamaño y su fortaleza, parecía no afectarlo en lo más mínimo, ya que caminaba presto y como si no pesara gran cosa.

Pero había otra razón para tomarse todo ese trabajo. Entre taller y taller, él hacía un pequeño rodeo, tres o cuatro cuadras y pasaba por el bar del Club de bochas, donde Vicente atendía el bar, y si bien a esa hora estaba cerrado, tocaba dos o tres golpecitos, y le abrían para que se desayunara, mandándose al coleto tres copas grandes de fernet Branca, fuerte y puro; que era el combustible imprescindible para iniciar su jornada. Al regreso hacía lo mismo. Su alcoholismo se hizo más y más exigente, se fue agravando; y en pocos años cayó a lo más profundo del pozo. Estuvo muy enfermo y terminó hospitalizado, de donde salió renovado y haciendo votos de que nunca más probaría bebidas blancas… Y poco a poco las fue reemplazando por cervezas. La cantidad que tomaba era proporcional a su tamaño, o a su fuerza. Era increíble. Vaciaba decenas de botellas por día. Pero la verdad parecía que para él eso era el mejor remedio, nunca lo he visto ebrio, ni que le afectara, o al menos, no que se notara.

De tanto en tanto me llamaba para que lo ayudara con sus liquidaciones de impuestos y demás anotaciones. Iba a su casa a la noche, y mientras yo peleaba con sus apuntes, él acarreaba porrones de cerveza desde el “boliche” de la esquina. Me consta que en esas horas tomaba más de una docena. Yo tenía que acompañarlo, pero no le llegaba ni a un décimo. Y él seguía tan fresco y lúcido como siempre.

Era a fines de los años cincuenta y tomó el trabajo de hacer la nueva puerta principal interna del templo parroquial, que casi toda la década estuvo refaccionándose, junto al nuevo campanario que agregaba la nueva elegancia de su afilado pináculo, lo que le confería un depurado estilo neo-gótico, con los relojes y la gran cruz del remate en lo alto. En la inmensa puerta de madera clara, de Raulí chileno, tuvo Josecito que labrar sus ornamentos en relieve: un par de escudos, columnas y capiteles, que cinceló con maestría. Necesitaba que yo le dibujara las formas y los perfiles, para seguirlos luego con sus formones y gubias, y así labrado un perfil dibujaba yo el otro lado, y él los iba terminando. Puse mi pequeño grano de arena, al lado de él, que perdurará creo en ese monumento, por muchísimo tiempo, aunque no lleve allí ninguna firma.

El párroco de aquellos tiempos, el Pbro. Celso Milanessio, patriarca indiscutido de la comarca, en sus gentes y en sus bienes, era el artífice de lo que lograba la comunidad, de él y de los colaboradores más cercanos. Siguiendo su concepción de la remozada imagen del templo, externo e interno en detalles, le ayudé dibujando distintos artefactos, entre ellos candelabros de pared, de lo que aún algo queda; no en sus sitios ni ornamentos, y sin las tulipas originales.

No sé porque Josecito se cansó de tan noble profesión, un verdadero carpintero y ebanista; como dice la zamba… “lindo oficio, ¡Quien lo pudiera tener!”

Así que, un día, decidido, cambió de rubro. Se planteó un giro, una actividad distinta. Fabricar mosaicos. Pasó del día a la noche. ¿Qué podría atraerle un trabajo doblemente duro, exigente, tosco; pasar de la madera tan noble y cálida, a la cal, cemento, arena y a accionar una prensa manual de hacer mosaicos, tirando a músculo puro, el volante de tornillo, para el moldeado de cada pieza; unas doscientas o trescientas veces en el día, para ganar un módico sustento?

La prensa que compró era una máquina vetusta, que reemplazaba la empresa donde yo trabajaba entonces No sólo por vetusta, sino porque esos mosaicos calcáreos ya eran reemplazados por los graníticos y luego por las cerámicas. Pero él siguió con verdadero tesón adelante con su nueva actividad, en buena hora ya que los cambios se dieron despacio, y lo suyo tuvo vigencia muchísimo tiempo.

Hubo veces en que me hizo confidencias de sus años mozos, y de aún después. Confidente yo…, que aún no cumplía los veinte; pero lo escuchaba, porque veía que debía decírselo a alguien… Tenía su lado blando, romántico. Me habló de un gran amor, no sé si de soltero o de casado, sé que por algo aquello era “non sancto”, con una directora de una escuela señera; pero hacía años ella volvió a sus pagos de origen y sólo quedó el olvido. Volvió una vez en un acto conmemorativo de la escuela, muchos años después, por unas pocas horas. Yo la vi en el palco, una señora elegante, distinguida, pero entonces yo no sabía quién era. Era un chico todavía. En cambio él no pudo, no recuerdo por qué; pero lo lamentaba todavía profundamente. Conocer ese aspecto del hombre tan duro que yo veía en el, desde aquella mañana que pisó el gato, me desconcertaba, y al mismo tiempo me alegraba, porque adivinaba un espíritu sensible y en el fondo triste, totalmente humano…

Una tarde me mostró dos varillas de madera dura, secas y griseadas por la intemperie, que estaban entre otras maderas en la pared trasera de la casa, madurándose al sol.

-Son de lapacho- me dijo- lleva años para hacer lo que quiero.- De estos palos van a salir dos tacos de billar que van a ser únicos…, uno es para vos, y el otro para mí…-

Sopesé la madera, me imaginé cómo sería desbastada, pulida, y contrapesada; pero íntimamente dudé que aquello pudiera llegar a ser lo que él prometía…

-Tanteá el peso, cuando esté balanceado, vas a ver…- me decía con los ojos brillantes, ilusionados. Y volvió a depositar las maderas contra la pared… -Pero requieren estacionarse más todavía…-

Pasó mucho, mucho tiempo, y un día los tacos, estuvieron listos; me los enseñó terminados, como había predicho: eran de una sola pieza, no desarmables; pero prometían un golpe como a veces soñamos tener los billaristas, en un taco ideal

-Elegí el tuyo…- dijo pasándome ambos. Pero yo no acepté, y tuvo que darme él uno de los dos.

Jugamos algunas veces juntos en el Círculo, gozándolos ambos. El mío era ligeramente más fino, con más peso atrás. Me dio el mejor. Otro lado suyo era la nobleza…

Pero al tiempo sus salidas no eran más que promesas, excusas, postergaciones. Josecito estaba decayendo. Sé que no se sentía bien, y dejó su empeño para más adelante, cuando volviera a sentirse mejor.

Hasta que un día, años después, me dio también el otro taco.

-Tenelo vos, en cualquier momento te lo pediré prestado…- Sentí un gusto amargo, no en la boca, sino en medio del alma...,-A veces vas a querer cambiar… tenelos, siempre…-

Y siempre fueron mis tacos. Jugué años. A Josecito lo empecé a ver cada vez menos. Luego entré al banco, y tuve que irme y radicarme en otras ciudades, en otras provincias. Fui dejando de jugar, absorbido cada vez más por nuevas obligaciones y otras amistades.


Josecito murió estando yo lejos, incluso me enteré mucho después. Lo sentí mucho, pobre amigo, quizás haya querido verme por última vez, y tal vez yo estaba muy ocupado…

Los tacos los perdí, hace años, y no pude recuperarlos, por más que sigo intentando rastrear su derrotero, le he pedido a amigos que me ayuden, pero sin lograrlo. Habían quedado en la parroquia, en poder del hermano Rogelio; pero un día las mesas se vendieron con todos los tacos. No sólo los míos, varios amigos tenían los suyos en las mismas condiciones. Las mesas y los tacos cambiaron de dueños, una y otra vez, y por el momento no logramos localizarlos.

Me gustaría volver a tener mis tacos, SUS TACOS, como trofeo de amistad, como trofeo de la vida. El hubiera querido que los tuviera SIEMPRE, aquellas maderas nobles, labradas con sus manos toscas, curtidas con honradez.



FIN





Celso H Agretti – Avellaneda SFe; 20 de julio de 2010. (Día del amigo)

ALIMENTOS PARA COMBATIR LA DIABETES..

de http://saikuhayotravidaposible.blogspot.com.ar/



Los investigadores han buscado los efectos de la canela “semejantes a la insulina” por muchos años, y como lo muestra el estudio más reciente de Medicina para Diabéticos, la canela sigue demostrando que es un contendiente viable en la lucha contra la diabetes.
Entre los beneficios saludables más impresionantes de esta especia se encuentra el impacto en el azúcar en la sangre y la capacidad de mejorar el control de la glucosa.
Por ejemplo, solo media cucharadita de canela al día ha demostrado previamente una reducción significativa en los niveles de azúcar en la sangre, triglicéridos, colesterol LDL (malo), y los niveles de colesterol totales en las personas con diabetes tipo 2.
Otro estudio descubrió que la especia aumenta el metabolismo de la glucosa por casi 20 veces, lo que mejoraría considerablemente su capacidad de regular el azúcar en la sangre. Incluso la canela ha indicado previamente ser un potencial substituto de insulina en las personas con diabetes tipo 2 debido a un componente bioactivo con efectos “semejantes a la insulina”.
Curiosamente, la canela reduce el azúcar en la sangre, actuando en diferentes niveles.
Retrasa el vaciado del estómago para reducir los picos de azúcar en la sangre después de las comidas, y mejora la efectividad, o sensibilidad, de la insulina.
También mejora las defensas antioxidantes. Un estudio publicado el año pasado indicó que los “polifenoles de la canela pudieran ser de especial interés para las personas con sobre peso con glucosa en ayunas alterada debido a que puede actuar como sensibilizante de insulina y como antioxidantes.”
Pero aun, otro compuesto bioflavanoid llamado proantocianidina puede alterar la actividad de señalización de la insulina en las células grasas.
Los investigadores han sugerido que las personas con diabetes pueden ver mejoras al añadir de ¼ a una cucharadita de canela a sus alimentos, y no veo la razón porque no intentarlo si le gusta la canela (junto con los otros elementos esenciales para mejorar la diabetes, incluyendo la eliminación de la fructuosa y los granos de su dieta y hacer ejercicio diariamente).
Otros beneficios saludables de la canela incluyen:
- Apoya la función digestiva
- Alivia la congestión
- Alivia el dolor y la rigidez de los músculos y las articulaciones
- Tienen compuestos anti inflamatorios que pueden aliviar la artritis
- Ayuda a prevenir las infecciones del tracto urinario, caries dental y enfermedades en las encías

- Alivia las molestias menstruales

- Tiene compuestos que adelgazan la sangre y estimulan la circulación
Claramente, el añadir grandes cantidades de canela a su alimentación es una herramienta increíblemente económica y de buen sabor para los diabéticos, y la probabilidad de que este alimento cause cualquier tipo de complicación en un término largo, es muy baja.
Solo recuerde que, al menos que lo agregue a una alimentación adecuada (rica en vegetales y extremadamente baja en fructosa y granos) es probable que no experimente ningún beneficio en absoluto.
OTROS ANTIDIABÉTICOS :
Además de la canela y el magnesio, otros alimentos que muestran ser particularmente benéficos para los diabéticos incluyen:
Brócoli – Comer brócoli puede revertir el daño que la diabetes ocasiona en sus vasos sanguíneos.  La clave es un compuesto vegetal llamado sulforafano.
El sulforafano promueve la producción de enzimas que protegen los vasos sanguíneos, y reduce el número de moléculas que causan daño celular – conocida como Especies Reactivas de Oxigeno (ROS por sus siglas en ingles) – hasta en un 73 por ciento.
Las personas con diabetes tienen hasta cinco veces más probabilidades de desarrollar enfermedades cardiovasculares como ataques cardiacos y embolias – ambos están vinculados a vasos sanguíneos dañados.
Probióticos - Investigadores han encontrado que las poblaciones de bacterias en el intestino de los diabéticos difieren de los no diabéticos, y que la modificación de la microflora intestinal con probióticos y prebióticos puede ayudar a mejorar la salud de los diabéticos.
Una dieta estilo mediterránea rica en verduras también puede ayudar a prevenir la diabetes.  Los beneficios son probablemente debidos al uso de grasas saludables y al incremento de vegetales – NO de los granos en grandes cantidades. El intercambiar los granos y azucare por fuentes de proteína de alta calidad, grasas saludables (que INCLUYE grasas saturadas) y verduras, puede ponerlo en el camino correcto.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Perfume de mujer

“El tango, como la Patria, es una posibilidad infinita”, señaló la simpática e histriónica violista Cecilia Palma ante el público reunido en la sala de conciertos del Conservatorio. 


La integrante del destacado trío tanguero cordobés Las Rositas rompía todo halo de solemnidad y aportaba la frescura propia de un café concert a medida que presentaba los temas. Junto a su hermana Gabriela Palma en violín y la pianista Ana Belén Disandro (dócil en intervenir melodías, salirse de la partitura e imprimir climas en cada obra), brindan veladas instrumentales de música ciudadana, con abordajes estilizados de obras de Piazzolla, Plaza, Canaro, Troilo y Mores (como una progresión infernal de las cuerdas en “Tanguera”).



Ana Belén Disandro en piano y Gabriela y Cecilia Palma en violín y viola forman el trío


martes, 2 de septiembre de 2014

PENSAMIENTOS POSITIVOS

“Cada día de nuestras vidas es un hermoso obsequio porque tenemos la oportunidad de hacer lo que queremos y de darle felicidad a quienes nos rodean”

 

La luz mala

La luz mala 

http://www.vocesdelfolklore.com.ar

 

 

Nuestro interior provinciano es muy lindo en paisajes y bellezas naturales, pero más bondadosa ha sido la naturaleza con el hombre que habita en esas “soledades”; en esa eterna quietud y paz.
Soledad que se convierte en compañía para el espíritu, que le infunde melancolía y le fortifica el alma. Pero no siempre hay tranquilidad en esos parajes; las corridas, los velorios, las fiestas religiosas y las supersticiones mantienen inquieto al hombre de cerro y de campo y le tornan divertida su monótona vida.
La riqueza cultural de nuestra gente es inimaginable; resultado de la fusión de las antiguas culturas aborígenes, del cristianismo, de las soledades y desventuras que en el marco geográfico se desarrollaron a través de años y años.
Un tesoro que el hombre de la ciudad por su vida agitada y sofocante muchas veces no conoce, y que forma parte de nuestra tradición. Entre las supersticiones y leyendas de la gente del campo o de los cerros está la de la “luz mala” o “Farol de Mandinga”, mito con trascendencia religiosa que se extiende por casi todo el Noroeste Argentino.
En algunas épocas del año (generalmente las más secas) se suelen ver de entre las pedregosas y áridas quebradas de los cerros del oeste tucumano (Mala Mala, Nuñorco, Muñoz, Negrito, Quilmes, etc), a la oración – de tarde -, o cuando los últimos rayos del sol iluminan las cumbres de los cerros y el intenso frío de la noche va instalándose en los lugares sombreados, una luz especial, un fuego fatuo; producto de gases exhalados por cosas que se hallan enterradas conjugados con los factores climáticos; a ella – con terror y morbosidad – los lugareños denominan “luz mala” o el “farol del diablo”.
El día de San Bartolomé (24 de agosto) es el más propicio para verlos, ya que es cuando parece estar más brillante el haz de luz que se levanta del suelo y que, por creencia general, se debe a la influencia maligna, ya que popularmente estiman que es el único día en que Lucifer se ve libre de los detectives celestiales y puede hacer impunemente de las suyas (Ambrosetti, “Supersticiones y leyendas”).
La luz es temida también por que imaginan ver en ella el alma de algún difunto que no ha purgado sus penas y que, por ello, sigue de esa forma en la tierra. Generalmente nadie cava donde sale la luz por el miedo que ésta superstición les ha producido, los pocos que se han aventurado a ver que hay abajo de la luz siempre han encontrado objetos metálicos o alfarería indígena – muchas veces urnas funerarias con restos humanos, lo que aumentó el terror- que al ser destapada despide un gas a veces mortal para el hombre, por lo que los lugareños aconsejan tomar mucho aire antes de abrir o sino hacerlo con un pullo – manta gruesa de lana – o con un poncho, de suerte que el tufo no llegue a ser respirado. Debido a la continua migración a las ciudades y centros poblados, y por constante progreso estas leyendas van quedando reservadas solo para los mayores; la juventud se preocupa por otras cosas que estima más importante.-