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miércoles, 2 de septiembre de 2015

Profesión: poeta

Todavía queda una profesión púdica en el mundo. 
Esa profesión es la poesía. 
Si uno remienda zapatos y alguno le pregunta qué hace, 
uno responde „soy zapatero‟, 
si otro receta un par de anteojos y alguno le pregunta qué hace, 
dice „soy oculista‟. 
Zapatero, marinero, oculista, escribano, guardián del zoológico, 
son todas profesiones, como todas las otras,
menos una, que se pueden confesar impunemente. 
Esto da una gran alegría,
 una gran 
seguridad,
 una sensación matemática y fiel de sentirse útil. 
Solamente la poesía se esconde,
se esquiva, con una recóndita noción de culpa,
 de tiempo perdido, de inutilidad”. -

Fernando Birri 

(fragmento de “Autorretrato de un argentino que ama las imágenes”)

Te han sitiado, corazón

“Te han sitiado, corazón, 

y esperan tu renuncia. 

Los únicos vencidos, corazón, 

son los que no luchan. 

No te entregues, corazón libre. 

No te entregues!”

Rafael Amor

El mate nuestro de cada día

El mate nuestro de cada día

Se entiende que no es un tema que se destaque por su originalidad -al ser un elemento tan común, queda poco margen para consideraciones novedosas sobre el asunto-, pero siempre queda algo por decir sobre el mate. El mate, esa infusión habitual y tan metida en nuestras actividades cotidianas, no necesita de mayores introitos.
Lubricante” social por excelencia (pocas son las relaciones y encuentros que no se amenizan con unos verdes), incondicional compañero en las soledades más abismales, podría decirse que el mate va revelando nuevas bondades no sólo medicinales, sino también estéticas y hasta culturales.
Los políticos aparecen cada vez más asiduamente en las fotos periodísticas mostrándose con un termo y un mate al costado de sus escritorios. Será para desacartonar, humanizar al funcionario y nivelarlo con sus potenciales electores, sostienen los asesores de imagen.
Hoy se ritualiza la práctica matera al punto de objetivar manías y despertar nuevas ansiedades (y hasta conflictos maritales): que tomar con una determinada yerba y no con otra; que no arranco la mañana si no me tomo unos verdes a primera hora; que no soporto que le pongas azúcar -o que dejes de hacerlo- son algunas de las frases que revelan los usos y costumbres emergentes.
Lalo Mir, hombre de la radio y la televisión, dio su explicación sobre por qué un mate es “mucho más que un mate”. En el acto de compartir unos verdes está presente una serie de valores: el compañerismo hecho momento; el respeto hacia el otro al momento de hablar y -sobre todo- escuchar; la necesaria sinceridad (“¡Cambiale la yerba!”); la generosidad de dar y el silencioso agradecimiento de recibir; la obligación de decir “Gracias” -norma de cortesía social por excelencia- al menos una vez al día.
El mate se vuelve, al final de cuentas, una de las mejores excusas para acercarnos, para preocuparnos, alegrarnos y entristecernos. Pero juntos. Porque así, juntos, esta menuda cuestión de vivir se hace más llevadera.

EL LITORAL

domingo, 30 de agosto de 2015

“Por favor, no se olviden de mi bolígrafo”

“Por favor, no se olviden de mi bolígrafo”

El poeta uruguayo, Mario Benedetti, falleció el 17 de Mayo de 2009 en Montevideo a los 88 años. Fue uno de los poetas más leídos y cantados en el mundo de habla hispana. Sufrió persecución y exilio por sus convicciones. En Argentina fue amenazado de muerte por la Triple A.



Por Silvina Friera


“Cuando me entierren / por favor no se olviden / de mi bolígrafo.” El poema pertenece a Rincón de haikus, publicado cuando el gran poeta uruguayo promediaba los 80 y la muerte era una sombra cercana con la que empezaba a dialogar para que no lo sorprendiera, para que no lo aplastara con el peso de su evidencia. Mario Benedetti murió ayer a los 88 años en su casa. Será velado hoy a partir de las 9 de la mañana en el Salón de los Pasos Perdidos del Palacio Legislativo en Montevideo. En Uruguay se ha decretado duelo nacional. No sólo el Río de la Plata se despide con una infinita congoja de este hombre triste y cordial como un legítimo uruguayo, que supo conjurar el dolor de la finitud y escribió que había que vivir como si fuéramos inmortales. En cientos, miles y millones de almas, sin exagerar, garúa finito. Pocos poetas han sido tan saludablemente plagiados como Benedetti. Sus poemas de amor fueron copiados “clandestinamente” por miles de jóvenes que se atribuyeron la autoría para sorprender a esas muchachas esquivas o para acortar las distancias e iniciar un romance. No le molestaba saber de estos plagios y menos le importaba que sonara cursi. Al contrario: él mismo contaba anécdotas de parejas que le confesaban que se habían conocido, por ejemplo, gracias a Inventario. Quién no habrá repetido o cantado alguna que otra estrofa de “Te quiero”, “Por qué cantamos”, “Una mujer desnuda y en lo oscuro” y tantos otros poemas que popularizaron más de cuarenta intérpretes. Su apellido se ha convertido en sinónimo de la poesía hecha canción. La muerte del autor de La tregua se prolongó durante tres años. Comenzó en 2006, cuando murió su mujer Luz, con la que vivió toda la vida. Desde entonces, el impulso vital del autor de más de 80 libros de poemas, novelas, relatos, ensayos y teatro, así como de guiones de cine y crónicas de humor, se fue apagando. La voz del fiel compañero se apagó, finalmente, pero quedan sus poemas de amor y de resistencia.
Sería arriesgado y tal vez apresurado afirmar que su obra será inmortal, pero seguramente muchos de sus poemas ya han adquirido ese estatus porque supo anclar sus versos y textos en los puertos que inquietan a la condición humana: el amor, la muerte, el tiempo, la miseria, la injusticia, la soledad, la esperanza. Sencillamente, fue el cómplice de varias generaciones de lectores y de militantes políticos que, como él, fueron amenazados y tuvieron que escapar, como pudieron, de la muerte. Desde comienzos del 2008 la salud de Benedetti se resintió debido a sus problemas intestinales y a una enfermedad respiratoria crónica de larga evolución. Este año estuvo tres veces internado: en enero, durante casi un mes; luego en marzo, y finalmente en mayo. El ganador de tan preciados premios como el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, nació el 14 de septiembre de 1920 como Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti en Paso de los Toros, departamento de Tacuarembó. La costumbre italiana disparatada de adosar tantos nombres –el poeta siempre recordaba que tuvo un tío que tenía los nombres de todos los reyes que reinaban el día en que nació– fue la primera batalla que libró el escritor hasta que logró suprimir los cuatro nombres restantes en todos sus documentos. Después de una quiebra de la farmacia que tuvo su padre, los Benedetti se trasladaron a Montevideo cuando Mario tenía cuatro años. El niño que se entretenía de la mano de Emilio Salgari y Julio Verne comenzó sus estudios primarios en el colegio Alemán, de donde fue retirado por su padre en 1933.
Tuvo una infancia y adolescencia poco amable y llena de privaciones por los problemas económicos. Vivían en un ranchito con techo de chapas de zinc; su madre tuvo que vender la vajilla, los cubiertos y los regalos del casamiento. A los catorce años Mario empezó a trabajar vendiendo repuestos para automóviles en la empresa Will L. Smith. Se ganó la vida de muchas formas –fue vendedor, taquígrafo de una editorial, cadete, oficinista, gerente de una inmobiliaria y periodista, entre otros oficios que ejerció– hasta que pudo vivir de la literatura. A los 18, en 1938, se vino a Buenos Aires a ver si podía torcer la mala racha familiar, mientras su vocación literaria se afirmaba durante sus lecturas en un banco de la plaza San Martín. Siempre recordaba que sus dos primeros libros, ediciones que las había pagado Benedetti, no vendieron ni un ejemplar. Su primer módico éxito –módico porque la tirada era muy limitada– fue Poemas de oficina (1956), aunque antes había publicado los poemarios La víspera indeleble (1945) y Sólo mientras tanto (1950) y los relatos de Esta mañana y otros cuentos (1949). Le gustaba definirse como un poeta que además escribía cuentos y novelas. Tenía la mano más habituada al poema, pero los cuentos lo hacían sudar. Montevideanos (1959) le llevó dieciocho años terminarlo. “El cuento no admite fallas, se construye palabra por palabra, cada una tiene que tener su rol, y los finales son muy importantes”, decía el escritor que en 1945 se integró al equipo del semanario Marcha, hasta 1974, cuando fue clausurado por la dictadura de Juan María Bordaberry.
Hacia fines de los años cuarenta fue miembro del consejo de redacción de Número, una de las revistas literarias más destacadas de la época, y participó en el movimiento contra el Tratado Militar con los Estados Unidos, su primera acción como militante. Sus viajes a Cuba fueron consolidando el despertar de su conciencia política. En 1968 creó y dirigió el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, cargo en el cual se mantendría hasta 1971. Junto a miembros del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, fundó en 1971 el Movimiento de Independientes 26 de Marzo, una agrupación que pasó a formar parte de la coalición de izquierdas Frente Amplio desde sus orígenes. Ese año publicó Crónica del 71, compuesto de editoriales políticos publicados en el semanario Marcha en su mayoría, un poema inédito y tres discursos pronunciados durante la campaña del Frente Amplio. Después del golpe de Estado del 27 de junio de 1973 renunció a su cargo de director del Departamento de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad de la República.
Y llegó el exilio; lo arrancaron de cuajo de su ciudad. Primero cruzó el charco y trató de instalarse en Buenos Aires, en 1973. Fue aquí donde inauguró el “llavero de la solidaridad”: cuando las cosas comenzaron a ponerse oscuras acudía a ese manojo que le abría la puerta de las casas de cinco o seis amigos. Pero la Triple A le “concedió” un plazo de 48 horas para que se fuera y se dirigió a Perú. La peste del terrorismo de Estado y las amenazas parecían seguirlo. En Lima fue detenido y deportado. Los brazos de Cuba lo acogieron en 1976, pero finalmente, Benedetti recalaría en Madrid, donde estuvo exiliado hasta 1983. Fueron diez largos años los que vivió alejado de su patria y su esposa, quien tuvo que permanecer en Uruguay cuidando de las madres de ambos. En esa década que lo vio luchar contra el terror de los años ’70, la versión cinematográfica de su novela La tregua, dirigida por Sergio Renán, fue nominada al Oscar en 1974, a la mejor película extranjera (aunque el premio, finalmente, lo obtuvo la película italiana Amarcord).
Benedetti escribía, lo ha dicho, para esclarecer la mente de un individuo, del ciudadano de a pie. “Las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tranquilo. No me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí”, aclaraba el escritor con los pies en la tierra, pero con la mirada siempre enfocada hacia ese horizonte de utopías que abrazó desde joven. “Siempre digo que los tres grandes utópicos que ha dado este mundo son Jesús, Freud y Marx; gracias a ellos la humanidad ha dado pasos positivos. Aunque de cada utopía se realice un diez por ciento, gracias a ese diez por ciento la humanidad ha mejorado un poco. Yo soy un optimista incorregible.” Regresó a Uruguay, en marzo de 1983, un poco mejor de lo que se había ido, “más ecuánime, más tolerante, menos radical, pero sin perder mis obsesiones”. Fue nombrado miembro del Consejo Editor de la nueva revista Brecha, que sería la continuidad del proyecto de Marcha, interrumpido en 1974. En 1985 Joan Manuel Serrat grabó el disco El Sur también existe sobre poemas de Benedetti, contando con su colaboración personal. Con el “desexilio” llegan los reconocimientos en todo el mundo.
Las líneas no alcanzan para repasar la cantidad de títulos que ha publicado, son más de ochenta en todos los géneros que frecuentó. Se destacan, por mencionar un par, las novelas Gracias por el fuego (1965), La borra del café (1992) y Andamios (1996); los poemarios Inventario uno (1963), Cuando éramos niños (1964), Quemar las naves (1969), Letras de emergencia (1973), Viento del exilio (1981), El amor, las mujeres y la vida (1995), La vida ese paréntesis (1998) y Adioses y bienvenidas (2005) y Testigo de uno mismo (2008); los cuentos de La muerte y otras sorpresas (1968), Con y sin nostalgia (1971), Recuerdos olvidados (1988), Buzón de tiempo (1999) y El porvenir de mi pasado (2003); los ensayos Peripecia y novela (1946), El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), La realidad y la palabra (1991) y Vivir adrede (2007); y la obra de teatro Pedro y el capitán (1979). En 1999 fue galardonado con el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana; en 2001 recibió el I Premio Iberoamericano José Martí; en 2002 fue nombrado Ciudadano Ilustre por la Intendencia de Montevideo; en 2005 obtuvo el Premio Internacional Menéndez Pelayo.
Mario, ese Cupido involuntario que no merece quedar libre de culpa y cargo por la cantidad de parejas que unió, sabía que la vida es un paréntesis entre dos nadas. “Yo soy ateo, no creo en Dios ni nada por el estilo. Hay gente que tiene sus creencias religiosas y tiende a sentir que después de la muerte está el Paraíso, o el Infierno, porque muchos han hecho mérito para ir al Infierno. Yo creo en un dios personal, que es la conciencia”, afirmaba el poeta, que trabajaba en un nuevo libro de poesía cuyo título provisional es Biografía para encontrarme. “Muchos de mis poemas son producto de ser hombre de pueblo, y estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie.” Las lágrimas, esta vez, no tienen tregua posible. Y por favor, pensarán muchos ahora que hay que despedirse del compañero, no se olviden del bolígrafo de Mario.

viernes, 28 de agosto de 2015

Pensamientos y obsesiones recurrentes en la poesía femenina.

Pensamientos y obsesiones recurrentes en la poesía femenina. 


Lic. Isabel Monzón

El Psicoanálisis abre sus ojos, despierta, al escuchar la palabra sufriente de una mujer, Anna O. En el invierno vienés de 1880, el Dr. Joseph Breuer, iniciador junto con Freud de la que luego éste fundara como terapia psicoanalítica, es requerido para atender a esta joven de 21 años, que, entre otros síntomas, tiene una grave perturbación funcional del lenguaje. Al principio, le faltaban algunas palabras. Luego, su lenguaje perdió toda gramática, toda sintaxis, la conjugación íntegra del verbo; por último, lo construía todo mal. En un desarrollo ulterior, le faltaron casi por completo las palabras, a las que rebuscaba trabajosamente entre las cinco lenguas que dominaba. En consecuencia, apenas si se le entendía. En sus intentos de escribir, al principio, porque luego una contractura se lo impidió por completo, lo hacía en ese mismo particular dialecto. Breuer fue llamado a la consulta cuando Anna - que, en realidad, se llamaba Berta Papenheim-entró en un absoluto mutismo. Al recuperar el habla, primero lo hizo en inglés. Fue en este idioma que bautizó a la terapia usada por Breuer como "Talking cure"- curar con palabras o "Chimney sweeping"-limpieza de chimenea. Luego, se entremezclaron el francés y el italiano en esa personal Babel. Al cabo de un tiempo de tratamiento, Anna volvió a hablar y a escribir con toda la riqueza de la que era capaz. Recuperó sus dotes de traductora y poeta y, años después, se transformó en una activa feminista. Resulta paradojal el hecho de que Anna, con su síntoma, hablara. Sólo hacía falta quien pudiera escucharla, descifrando el mensaje que transmitía a través de los trastornos de su lenguaje. Breuer no entendió demasiado y hasta se asustó de los intensos sentimientos que Anna desplegó sobre él. Pero si su labor resultó terapéutica fue porque, atentamente, escuchó y valoró a su paciente, a la que describía como una "muchacha de desbordante vitalidad espiritual", poseedora de "ricas dotes poéticas y de una frondosa fantasía". Los síntomas de Anna aparecieron cuando empezó a hacerse cargo del cuidado de su padre enfermo, debiendo abandonar, por lo tanto, todo lo que significaban para ella sus propios intereses. Ser enfermera de su padre representaba, como diría Virgina Woolf, perder su "cuarto propio". Por eso quedó afectada precisamente la función que más valoraba de sí, el lenguaje. Con su mutismo expresaba lo mismo que Charlotte Bronté a través de uno de sus personajes de Cumbres Borrascosas "No puedo vivir sin mi vida. No puedo vivir sin mi alma".

Si he tomado a la encantadora y singular personalidad de Berta Papenheim es porque representa a muchas mujeres de su época, las calificadas de histéricas. Pero en ella también se pueden encarnar mujeres de nuestros propios tiempos, ya que ciertas problemáticas son comunes y recurrentes. 

Perder y recuperar el yo. Espejo y sombra

Barbara Deming observa que uno de los temas constantes de las novelistas y poetas mujeres es el del yo, "un yo que se ha perdido o que está en peligro de perderse". Nombra, en este contexto, a Emily Dickinson, de la que cita este poema: "Nuestro yo detrás de nosotros mismos/Nos espantaría más/ que un asesino oculto / en nuestra casa". El propio yo es demasiado valioso como para dejarlo expuesto si hay temor a algún ataque. Tenemos muchos recursos para esconderlo. Los más desesperados son la histeria y la locura. Pero hay formas sutiles y efectivas de dejar en libertad al propio yo. Una de ellas es la poesía. Alejandra Pizarnik escribe: "Nadie me conoce yo hablo la noche/ nadie me conoce yo hablo mi cuerpo/nadie me conoce yo hablo la lluvia/ nadie me conoce yo hablo los muertos" (Los pequeños cantos. Textos de sombra y otros poemas_). Pizarnik tiene otra forma de expresar su yo, y es disfrazándolo de sombra: "palabras reflejas que solas se dicen/en poemas que no fluyen yo naufrago/ todo en mí se dice con su sombra y cada sombra con su doble". (Los pequeños cantos ). Y también: "sombras /recintos viscosos donde se oculta/la piedra de la locura". (En esta noche, en este mundo)

La sombra y el espejo, símbolos recurrentes en los textos de escritores y poetas, significan, entre otras cosas, la posibilidad que tiene el yo de encontrarse o de perderse de sí. La mujer, que tan habitualmente ocupa un lugar de espejo para el otro, por esta razón corre el riesgo de perder su propia imagen. Tal vez sea por eso que se contempla

tanto en el espejo, para buscarse. 

Romper el silencio, tomar la palabra

Otros temas intrincados con el del espejo son el silencio y la palabra, que tan bien se expresaban en el mutismo y el habla de Anna, la paciente de Breuer. Dice Pizarnik "Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo(..) No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo canto florecer mi silencio gris". Y terminan así estos Fragmentos para dominar el silencio: "La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino".

Si la paciente de Breuer enmudecía, si las histéricas de Freud se ahogan, tienen tos o no pueden cantar, si la poeta transgrede el silencio, es porque todas estas mujeres denuncian que han estado forzadas a sobrevivir en civilizaciones patriarcales, misóginos, en las que muy tardíamente pudieron adueñarse de la palabra. Una de esas mujeres fue Sor Juana Inés de la Cruz, acusada por el obispo de Puebla de actos de profanación, por dedicarse a actividades que no le correspondían: escribir versos. Su famosa respuesta a Sor Filotea puede considerarse el primer tratado feminista escrito por una mujer latinoamericana. Según Josefina Ludmer, el texto de Sor Juana es un producto de las tretas del débil, un relato de las prácticas de resistencia frente al poder.

La histérica de Freud, a su modo, también se opone a la colonización de su yo, pero utilizando su cuerpo como vehículo a través del cual simboliza los conflictos. Con su frigidez se resiste a ser usada como objeto sexual, con su parálisis dice que prefiere no transitar un camino que no sea el de su propia vida.

Escribir el propio cuerpo 

La feminista francesa Hélene Cixous recomienda que las mujeres escriban sobre su cuerpo, ya que al hacerlo podrán liberar su inconsciente, silenciado durante tanto tiempo. Yo agregaría que si la mujer se apropiara de su cuerpo, por ejemplo, escribiendo sobre él, dejaría de padecer por las ancestrales conversiones histéricas y por las modernas anorexias y bulimias. Pero ¿escriben las poetas sobre sus propios cuerpos o sobre el de las otras mujeres? ¿es este un tema recurrente en la poesía femenina? 

En un hermoso texto en prosa de Alejandra Pizarnik, La Condesa Sangrienta, este mítico personaje desnuda cuerpos de mujer y los mutila. Ella, Erzsébet Báthory "pinchaba a sus sirvientas con largas agujas; y cuando, vencida por sus terribles jaquecas, debía quedarse en cama, les mordía los hombros y masticaba los trozos de carne que había podido extraer. Mágicamente, los alaridos de la muchachas le calmaban los dolores". Para mantener intacta su belleza, la Condesa se bañaba en sangre eligiendo la de muchachas jóvenes y bellas. Su horrible sirvienta "vertía el rojo líquido sobre el cuerpo de la condesa que esperaba tan tranquila, tan blanca, tan silenciosa". Detrás de tanta siniestra mutilación hay una búsqueda y un intento de apoderarse del cuerpo perdido.

Más tiernamente, en su Carta lírica a otra mujer, Alfonsina Storni también habla de sus cuerpos: "...Y vuestras manos, finas, como aqueste/Dolor, el mío, que se alarga, alarga/Y luego se me muere y se concluye/ Así, como lo veis, en algún verso./ Ah, ¿sois así? Decidme si en la boca/Tenéis un rumoroso colmenero/ si las orejas vuestras son a modo/ De pétalos de rosas ahuecados.../".

Hasta Melanie Klein, ningún psicoanalista había advertido que el cuerpo y la sexualidad femeninos tenían su propia especificidad, y que la mujer, desde muy pequeña, posee clara conciencia de su interior creativo. Según la mirada de Freud, la niña sufría por su complejo de castración, envidiando, hasta la llegada de un hijo, al pene. Fue una poeta, Tamara Kamenszain, quien me hizo advertir que Melanie Klein también "escribió el pecho materno, lo dejó perderse en la imagen literaria para así recuperarlo como objeto teórico". 

Quisiera finalizar estas reflexiones con la lectura de un poema de Diana Bellessi, en el que se pone en evidencia la apropiación del cuerpo de mujer: "El Magnificat/cae/sobre tus nalgas/ Cabalga/cubriendo de jugo/la grupa entera/Los pechos duros/y aceitados avasallan/ El Magnificat sale de tu boca/Corre por canales/ de aire líquido/y leche/entre los labios / de la concha/ el matorral de pelo azafranado/ Magnífica yegua/que me lleva en su salto/Cae/disuelta en mí/me deshace/ Magnificat/ entre tus brazos".

Bibliografia

Agosín, Marjorie: Las hacedoras: Mujer imagen y escritura. Editorial Cuarto Propio. Chile. 1993.

Bellessi, Diana

Contéstame, baila mi danza. Seis poetas norteamericanas. Ediciones Ultimo Reino. Bs. As. 1984. 

Abdicación de la reina y del maestro. Primer Encuentro de Literatura y Crítica. Universidad Nacional del Litoral.1986. Cuadernos de Extensión Universitaria 

Eroica. Ediciones Ultimo Reino. Buenos Aires. 1988. 

Dío Bleichmar, Emilce: El feminismo espontáneo de la histérica. Editorial Adotraf. 

Kamenszain, Tamara: El texto silencioso. Universidad Nacional Autónoma de México. 1983.

Ludmer, Josefina: Las tretas del débil. 

Monzón, Isabel: Psicoanálisis y mujer. Buscando la palabra perdida. Revista Feminaria. Abril de 1990.

Pizarnik, Alejandra:

La condesa Sangrienta. Editorial. Aquarius.Buenos Aires. 1971. 

Textos de sombra y últimos poemas. Editorial. Sudamericana. Buenos Aires. 1985. 

Extracción de la piedra de locura y otros poemas. Centro Editor de América Latina. Buenos Aires.1988.

martes, 25 de agosto de 2015

LA DIFERENCIA ENTRE TENER Y SER

l. UNA PRIMERA OJEADA


LA IMPORTANCIA DE LA DIFERENCIA ENTRE TENER Y SER

ERICH FROMM




LA ALTERNATIVA entre tener que se opone a ser, no atrae al sentido común. Parece que tener es una función normal de la vida: para vivir, debemos tener cosas. Además, debemos tenerlas para gozarlas. En una cultura cuya meta suprema es tener (cada vez más), y en la que se puede decir de alguien que "vale un millón de dólares", (En inglés de los Estados Unidos, es la manera común de decir que tiene un millón de dólares. [T.]) ¿cómo puede haber una alternativa entre tener y ser? Al contrario, parece que la misma esencia de ser consiste en tener; y si el individuo no tiene nada, no es nadie.

Sin embargo, los grandes Maestros de la Vida han considerado la alternativa entre tener y ser como el punto más importante de sus respectivos sistemas. Buda enseña que para alcanzar la etapa más elevada del desarrollo humano, no debemos anhelar posesiones. jesucristo enseña: "Porque cualquiera que quisiera salvar su vida, la perderá; y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, éste la salvará. Porque ¿qué aprovecha al hombre, si se granjeara todo el mundo, y se pierda él a sí mismo, o corra peligro de sí?" (San Lucas 9:24-25).

El Maestro Eckhart enseñó que no tener nada y permanecer abierto y "vacío", no permitir al ego ser un estorbo en nuestro camino, es la condición para lograr salud y fuerza espiritual. Marx enseñó que el lujo es un defecto, tanto como la pobreza, y que nuestra meta debe consistir en ser mucho, y no en tener mucho. (Me refiero aquí al verdadero Marx, al humanista radical, y no a la falsificación vulgar que presenta el comunismo soviético)

Durante muchos años he estado profundamente impresionado por esta distinción, y he buscado su base empírica estudiando concretamente individuos y grupos, mediante el método psicoanalítico. Lo que he observado me lleva a concluir que esta distinción, junto con la del amor a la vida y el amor a la muerte, representa el problema más crucial de la existencia. Los datos empíricos, antropológicos y psicoanalíticos, tienden a demostrar que tener y ser son dos modos fundamentales de la experiencia, las fuerzas que determinan la diferencia entre los caracteres de losindividuos y los diversos tipos de caracteres sociales.

lunes, 24 de agosto de 2015

Italo Calvino: El pecho desnudo

del blog http://palabrascomopajaros.blogspot.com.ar/



El señor Palomar camina por una playa solitaria. Encuentra unos pocos bañistas. Una joven tendida en la arena toma el sol con el pecho descubierto. Palomar, hombre discreto, vuelve la mirada hacia el horizonte marino. Sabe que en circunstancias análogas, al acercarse un desconocido, las mujeres se apresuran a cubrirse, y eso no le parece bien; porque es molesto para la bañista que tomaba el sol tranquila; porque el hombre que pasa se siente inoportuno; porque el tabú de la desnudez queda implícitamente confirmado; porque las convenciones respetadas a medias propagan la inseguridad e incoherencia en el comportamiento, en vez de libertad y franqueza. 
Por eso, apenas ve perfilarse desde lejos la nube rosa-bronceado de un torso desnudo de mujer, se apresura a orientar la cabeza de modo que la trayectoria de la mirada quede suspendida en el vacío y garantice su cortés respeto por la frontera invisible que circunda las personas. 
Pero, piensa —mientras sigue andando, y apenas el horizonte se despeja, recuperando el libre movimiento del globo ocular— yo, al proceder así, manifiesto una negativa a ver, es decir, termino también por reforzar la convención que considera ilícita la vista de los senos, o sea, instituyo una especie de corpiño mental suspendido entre mis ojos y ese pecho que, por el vislumbre que de él me ha llegado desde los límites de mi campo visual, me parece fresco y agradable de ver. En una palabra, mi no mirar presupone que estoy pensando en esa desnudez que me preocupa; ésta sigue siendo en el fondo una actitud indiscreta y retrógrada.
De regreso, Palomar vuelve a pasar delante de la bañista, y esta vez mantiene la mirada fija adelante, de modo de rozar con ecuánime uniformidad la espuma de las olas que se retraen, los cascos de las barcas varadas, la toalla extendida en la arena, la henchida luna de piel más clara con el halo moreno del pezón, el perfil de la costa en la calina, gris contra el cielo. 
Sí —reflexiona, satisfecho de sí mismo, prosiguiendo el camino—, he conseguido que los senos quedaran absorbidos completamente por el paisaje, y que mi mirada no pesara más que la mirada de una gaviota o de una merluza. 
¿Pero será justo proceder así? —sigue reflexionando—. ¿No es aplastar la persona humana al nivel de las cosas, considerarla un objeto, y lo que es peor, considerar objeto aquello que en la persona es específico del sexo femenino? ¿No estoy, quizá, perpetuando la vieja costumbre de la supremacía masculina, encallecida con los años en insolencia rutinaria?
Gira y vuelve sobre sus pasos. Ahora, al deslizar su mirada por la playa con objetividad imparcial, hace de modo que, apenas el pecho de la mujer entra en su campo visual, se note una discontinuidad, una desviación, casi un brinco. La mirada avanza hasta rozar la piel tensa, se retrae, como apreciando con un leve sobresalto la diversa consistencia de la visión y el valor especial que adquiere, y por un momento se mantiene en mitad del aire, describiendo una curva que acompaña el relieve de los senos desde cierta distancia, elusiva, pero también protectora, para reanudar después su curso como si no hubiera pasado nada. 
Creo que así mi posición resulta bastante clara —piensa Palomar—, sin malentendidos posibles. ¿Pero este sobrevolar de la mirada no podría al fin de cuentas entenderse como una actitud de superioridad, una depreciación de lo que los senos son y significan, un ponerlos en cierto modo aparte, al margen o entre paréntesis? Resulta que ahora vuelvo a relegar los senos a la penumbra donde los han mantenido siglos de pudibundez sexomaníaca y de concupiscencia como pecado...
Tal interpretación va contra las mejores intenciones de Palomar que, pese a pertenecer a la generación madura para la cual la desnudez del pecho femenino iba asociada a la idea de intimidad amorosa, acoge sin embargo favorablemente este cambio en las costumbres, sea por lo que ello significa como reflejo de una mentalidad más abierta de la sociedad, sea porque esa visión en particular le resulta agradable. Este estímulo desinteresado es lo que desearía llegar a expresar con su mirada. 
Da media vuelta. Con paso resuelto avanza una vez más hacia la mujer tendida al sol. Ahora su mirada, rozando volublemente el paisaje, se detendrá en los senos con cuidado especial, pero se apresurará a integrarlos en un impulso de benevolencia y de gratitud por todo, por el sol y el cielo, por los pinos encorvados y la duna y la arena y los escollos y las nubes y las algas, por el cosmos que gira en torno a esas cúspides nimbadas. 
Esto tendría que bastar para tranquilizar definitivamente a la bañista solitaria y para despejar el terreno de inferencias desviantes. Pero apenas vuelve a acercarse, ella se incorpora de golpe, se cubre, resopla, se aleja encogiéndose de hombros con fastidio como si huyese de la insistencia molesta de un sátiro. 
El peso muerto de una tradición de prejuicios impide apreciar en su justo mérito la intenciones más esclarecidas, concluye amargamente Palomar.

El núcleo temático del relato «El pecho desnudo» es el conflicto moral que se establece entre un hecho con claras implicaciones tabuísticas, el pecho femenino desnudo, expuesto a la luz del día en un lugar público, y la educación de Palomar, hombre discreto, abierto a la recepción de las nuevas costumbres y a las tendencias modernas, pero educado en los principios de una generación conservadora afincada en la tradición.
El conflicto generacional no reside tan sólo en Palomar y sus elucubraciones. La bañista con su reacción demuestra haber sido presa de una serie de pensamientos que le han conducido a malinterpretar las intenciones del señor Palomar. Y su reacción no resulta nada extraña sino más bien lógica y comprensible. En efecto, los insistentes paseos de ese señor de edad madura, pueden llevar a confusión a quien no está al corriente de sus pensamientos. Existe una gran disociación entre lo que el señor Palomar hace y piensa y la interpretación desde el exterior.
Palomar es una obra que se publica en 1983, momento en que la mujer, como individualidad, ha recorrido ya mucho camino en pos de reafirmar sus derechos. Sin embargo, ni siquiera la joven bañista, que con su actitud trata de reafirmarse a sí misma en su desnudez y en su libertad, es capaz de liberarse de la gravedad del peso muerto del conservadurismo.
Mari Carmen Barbado