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viernes, 22 de agosto de 2014

¿La vida es breve?

¿La vida es breve?

Arturo Lomello (*)

La vida humana es muy breve. Supongamos que logramos vivir los setenta y cinco años que marca el promedio actual, según dicen en Occidente, porque es muy probable que en Oriente el promedio sea muy inferior a esa cifra. A la edad tope que citamos hay que restar la tercera parte que ocupamos en dormir. Obviamente sólo nos quedan cincuenta que vamos a considerar como de neta vigilia. ¿Pero es así? Un gran porcentaje de nosotros debe ocupar su tiempo en luchas tremendas por la subsistencia, lo cual le quita la posibilidad de una serena lucidez.

Quiere decir entonces que habría que restar quién sabe cuantos años de esos cincuenta y por ende nos queda un manojo en los que verdaderamente vivimos con plena conciencia.

Pero todavía hay más. ¿Cuántos humanos pueden superar la manipulación de sus conciencias que coartan su creatividad? Esta reflexión parece llevarnos a un panorama pesimista, pero nuestra intención al plantearla es muy otra. Pretendemos contrastar la situación con el deseo de infinito que contiene nuestro corazón. En efecto, si nuestra vida consistiera solamente en el efímero trayecto temporal que hemos apuntado sería igual a nada. Además, por más años que acumuláramos si en el trasfondo no palpita la eternidad no solamente se reduce a cero sino que no tiene sentido.

Frente a los millones de años que han transcurrido desde que apareció la vida humana en el planeta el devenir de la existencia de cualquiera de nosotros parece perder todo significado. No obstante, sin dimensión íntima no tendría sentido alguno la historia comunitaria porque es en la intimidad de esos breves años que vivimos donde los hechos adquieren su significado. Entonces, llegamos a la conclusión de que la vida es efímera pero trascendente, aunque paradójicamente miles de millones de seres aparecen y desaparecen anónimamente dejando tras sí las huellas de sus alegrías y sufrimientos en obras que no han sido registradas con nombre y apellido, con luchas destructivas que han sido felizmente rebasadas todavía por la creatividad. Mientras se prolonga la vida en los llamados países desarrollados, crece allí la diferencia entre los más ricos y los más pobres que se multiplican.

El promedio de setenta y cinco años de vida es alcanzado por quienes tienen los recursos para cuidarse, pero por más que extiendan el lapso de su existencia la muerte termina por atraparlos aunque ellos pretendan derrotarla.

Sin un trasfondo de eternidad todo sentido se esfuma. Todo caería en el olvido y no habría jamás justicia.

(*) Arturo Lomello 

Periodista, narrador y poeta nacido en la ciudad de Santa Fe, en 1930.

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